jueves, 22 de julio de 2010

Morirse de madrugada

Tengo insomnio crónico. Eso significa que la mayoría de mis días terminan a las seis o siete de la mañana y comienzan unas cinco horas después. Es una mierda, realmente. Y la peor parte no son los dolores de cabeza que a veces aparecen, los intentos infructuosos por apagar el cerebro o la incomodidad de los ojos hinchados, sino los noticieros locales que comienzan a las cinco y media en los canales de televisión nacionales.

Todos los días, sin falta, muere trágicamente un estudiante, una madre joven o un anciano. Las causas son, como es de suponerse, variadas. Las más comunes son las muertes en accidentes de tránsito. En ocasiones el accidente ha ocurrido tan poco tiempo antes del inicio del noticiero que, cuando se transmite el video tomado en el lugar del accidente, aún no han editado las tomas de los cadáveres ensangrentados. No hay semana en la que al menos un bus interprovincial caiga a algún abismo junto a la carretera y se lleve veinte o treinta vidas con él.

Las muertes en incendios también son comunes: hace unas semanas, dos hermanos de menos de diez años murieron calcinados sobre la cama de su cuarto. Un poco más recientemente, una casa del cono sur de la ciudad se incendió con un niño dentro, la madre entró para tratar de rescatarlo, y los dos murieron carbonizados.

Otras veces son asesinatos, por robo o por venganza. Es difícil sacarse de la cabeza la imagen, grabada por una cámara de seguridad, del joven estudiante que abre, como cualquier día, la puerta del garaje de su casa, del carro sin placas que se detiene frente a él, de los tres disparos que recibe y de cómo se tambalea mientras entra, por última vez, a la casa que comparte con sus padres. "Joven ingeniero baleado en la puerta de su casa, se presume venganza". Una semana después -todos los días muere gente nueva- la noticia está olvidada.

También las hay extrañas, como la mujer que murió por tomar el brebaje preparado por el chamán al que acudió con su esposo, en el segundo piso de una casucha en Pachacamac, en las afueras de Lima. Ambos tomaron el preparado y perdieron el conocimiento, pero sólo uno despertó. O la mujer que cayó dentro del pozo séptico de su casa -ahora innecesario pues desde hacía unos meses su casa ya contaba con desagüe- y que murió golpeada por la caída y ahogada en una mezcla de materia fecal y cal. O, por último, el joven trabajador de un edificio de San Isidro que, al intentar limpiar el conducto por donde sube y baja el ascensor del mismo, término quebrado bajo los contrapesos del aparato. Su cuerpo destrozado, ahora de unas cuantas docenas de centímetros de altura, sólo pudo ser retirado de debajo de los pesos luego de remover el panel de vidrio a través del cual los transeúntes pudieron verlo durante toda la operación.

Mientras escribo esto, una mujer ve en las imágenes grabadas por las cámaras de un cajero automático de banco los momentos previos a la muerte de su marido en un confuso incidente con la policía, un hombre espera el cadáver de su hijo de nueve años, muerto ayer bajo las llantas de un camión al tratar de cruzar una pista, otro es sacado, esposado, de una comisaría del interior del país, luego de comprobarse que violó a una niña de catorce años. Unos minutos después se confirma la muerte de un obrero sepultado bajo el derrumbe de una pared de los baños públicos que ayudaba a construir y un reportero inepto pregunta a la madre que golpea sobre el ataúd que contiene el cuerpo de su niño "¿señora, cómo se siente?".

No sé exactamente por qué, pero la muerte, entre las cinco y media y las seis de la mañana, es más triste que durante las horas de luz. Quizá sea la densidad de malas noticias con que bombardean a quien esté despierto a esa hora o mi estado de ánimo luego de las varias horas sin poder dormir, o una combinación de ambas. Veo las noticias de un país todavía pobre, de espíritu y de mente, especialmente de mente, y no puedo evitar sentir pena por él. Finalmente es el lugar en que he nacido y crecido, donde vive mi familia y donde me gustaría vivir algún día. Morirse ya es suficientemente complicado como para tener que aparecer, con sólo encender el televisor, tendido sobre una carretera, cubierto de periódicos ensangrentados, una madrugada cualquiera.

sábado, 15 de mayo de 2010

Taxi

Av. Bolívar, San Miguel, 6 a.m. de un sábado de mediados de Mayo, después de dejar a una pareja de amigos en su casa. En algunos días de inicio de invierno, a esa hora de la mañana, el cielo de Lima no ha tomado aún su característico color gris; es, mas bien, de un celeste bien diluido. Corre un poco de viento y el aire diáfano ayuda a desperezarse. Levanto el brazo y el taxi para frente a mí.

- Buenos días. ¿A la altura de Sedapal? Pasando el puente, a dos cuadras, hacia la derecha -suelto de un solo tirón.

Un hombre de unos 45 años está al volante: pelo corto, bien afeitado, casaca de denim y bufanda. No se le nota cansado: al parecer, recién ha salido a trabajar.

- Hmm... diez soles -me responde el chofer, de trato amable.

- Listo, vamos -respondo antes de subir en el asiento posterior de la station wagon blanca.

El volumen de la radio está un poco alto para mi gusto, tocando alguna salsa que no conozco (lo cual no es sorprendente, porque conozco pocas). No le pido al chofer que baje el volumen. Avanzamos por la Av. Universitaria, en dirección a La Marina, y, llegando al cruce con La Mar, el taxista súbitamente apaga la radio.

- Mira eso -me dice, apuntando con la mano hacia un auto rojo deportivo, detenido delante de una patrulla policial. -Un carro así, a las seis de la mañana de un sábado... el tombo sabe que el chofer no está yendo a chambear, que seguramente recién regresa de salir anoche y que de repente está ebrio. Ahora mira cómo se baja el chofer del auto, va a la patrulla, les deja algo por la ventana y vuelve a su carro. ¡Pendejo! Ser tombo en el Perú es una chamba maldita, loquito. Yo fui policía ocho años de mi vida, los peores ocho años. Por eso te lo digo sabiendo.

- Ocho años, es un montón -es lo único que atiné a decir.

- Ocho años, hermano. Y he visto cada cochinada adentro. Eso no lo muestran. A nosotros nos mandaron de entrenamiento al Medio Oriente. Fuimos veinticinco para allá. Y corría droga como mierda, loco.

- ¿Tanto así?

- Sí, hermano, habían varios que ya eran cocainómanos. Por eso te digo: los peores años de mi vida. Por un tiempo me delegaron a Huachipa, a cuarenta minutos de Lima, así que nos mudamos, toda la familia. Ahí, como máximo, el 10% de la gente tenía secundaria completa; te hablo de secundaria, ni siquiera de estudios superiores. Allá el abuelo tenía hijos con la nieta, el padre con la hija. Era común. A veces los vecinos venían a denunciarlos. Pero mi superior me decía: "Qué quieres hacer; detienes al padre por violar a la hija y la familia se queda sin plata para comer, así que una semana después ves a la hija puteando a la entrada de Huachipa y fácil hasta a la madre; o llega el amante de la esposa, se la tira ya tranquilamente y por ahí también se tira a la hija. Déjalo así, no hay nada que hacer. Si viéramos al pata violentando a la chica, ahí es otra cosa, ahí lo reventábamos." Y, loco, lo peor es que tenía razón. Qué vas hacer en una situación así. ¿Cambiar el sistema? No pues, eso no podíamos.

- No pues, ese problema no tiene solución fácil.

- No, no tiene. Y lo que me decía mi superior era lo que era lógico hacer, era la solución real. Pero yo era policía, hermano. La lógica me podía decir que lo correcto era no hacer nada, pero quedarnos de brazos cruzados era inhumano. ¿Cómo les decía después a mis hijos -tengo dos hijas y dos hijos- que al padre que violó a su hija no le íbamos a hacer nada, para no perjudicar más a la familia?

- Te entiendo, cómo le decías a tus hijos que la opción lógica no era la moral. Jodido.

- Sí pues. El nivel de educación en el país es triste, loco. Los taxistas compran sólo diarios chichas, "Ajá" y "El Trome", y ni siquiera lo leen todo. Yo los he visto. Sólo abren la penúltima página para ver el horóscopo y la última, para ver la calata. A veces buscan avisos de alquiler de carros para taxear. Pero nada más. Ya sabes cómo es: aquí lo que vende es la foto del accidente con la sangre en la pista. La noticia no importa, aquí lo que importa es la foto del muerto, del tipo ensangrentado.

- Eso es herencia del control de la prensa en la época de Montesinos.

- Ah, claro. De ahí viene toda esa basura.

- ¿Y cómo así dejaste la policía?

- Me hicieron dejarla. Pero mejor así. Mira, hace unos años, cuando ya estaba de vuelta en Lima, le pedí permiso a mi superior para ir a un clásico en un día de servicio. Por cuarenta lucas, me dijo que ya. Así que me fui con mis dos hijos, y con un amigo, también policía. Uno de mis hijos es de la U y el otro del Alianza. Cada uno fue con la camiseta de su equipo. Estábamos en La Victoria, caminando al estadio del Alianza y, loco, se nos cruza una barra brava aliancista.

- Ala. ¿Y?

- Al toque mi pata metió a mi hijo menor a una bodega que estaba abierta. Yo ya estaba por meter al otro, el que tenía la camiseta de la U, pero la dueña de la bodega cerró la puerta y bajó la malla metálica. Así que me quedé en la calle, pues, con mi hijo y la turba que avanzaba. Ya nos habían visto y nos gritaban "gallinas" y se iban acercando. A mi hijo lo tenía detrás mío y me decía "¡papá, qué hacemos!". Felizmente había llevado mi [arma] reglamentaria, así que hice dos tiros al aire, los de reglamento, pero desde la turba alguien gritó "¡es de fogueo!", así que siguieron acercándose.

- Pucha, ¿y qué hiciste?

- Uno de los barristas, un mocoso de no más de diecisiete años, vestido con la camiseta del Alianza y con una pañoleta en la cabeza, se acerca a nosotros y se saca de la espalda un machete del largo de un brazo. ¡Un machete, hermano! Comienza a sacar chispas golpeándolo contra la pista mientras se siguen acercando. Por ahí vi una reja y le dije a mi hijo que se trepe. El mocoso con el machete se dio cuenta, corrió hacia la reja y tiró un machetazo hacia mi hijo. Felizmente falló por poco: el machete cayó en la reja y sacó chispas contra el metal de las barras. Casi se lo bajan, hermano.

- Pero tú te quedaste ahí. ¿Qué pasó?

- El mocoso de mierda ahora se estaba acercando a mí, moviendo el machete en el aire. Yo le apunté con la reglamentaria para que se detuviera, pero el huevón siguió avanzando. Me lo bajé, hermano. Un tiro. Y de ahí corrí.

- Mierda.

- Cuando la policía llegó, ya no estaba el cuerpo, ni siquiera la pañoleta quedaba. De ahí se enteró la prensa. "Policía mata a barrista menor de edad". Para eso sí sirve la prensa, ¿no? Para decir que el mocoso era primer lugar en su clase, un buen hijo, y todo eso. Pero el huevón era un pandillero. Y el que se quemó fui yo. Mi superior me dijo: "Aquí hay dos opciones: o te vas tres meses a la cárcel, o pagas la reparación civil". Yo no tenía para la reparación, así que me fui adentro. Tres meses. Adentro la pasé peor que cualquiera de estas basuras.

- Qué jodido ... aquí a la derecha, por favor.

- Ok. A mis hijos los tuve que mandar fuera del país, para protegerlos.

El hombre me miró a los ojos a través del espejo retrovisor.

- ¿Tú crees que tengo el mismo nombre que antes?

No creo ni siquiera que seas la misma persona, pensé.

- Un tiempo después de que salí, me ofrecieron restituirme a la policía, pero yo dije que no. Volver a la misma mierda. No, hermano, ya no. Ocho años fueron suficientes, más todo lo que tuvo que soportar mi familia. De los veinticinco que fuimos de entrenamiento al Medio Oriente, diez están muertos, diez siguen en la fuerza y cinco son delicuentes.

- Qué fuerte. Es aquí, a mitad de cuadra.

Estacionados frente a mi casa ahora, con el motor encendido. Mientras terminamos de conversar, le pago los diez soles de la carrera.

- Sí, hermano. Este país es una mierda en ese sentido. Si una de estas lacras te ataca, te defiendes y terminas matándolo, el que pierde eres tú, aunque sea por defenderte. Por eso, si cualquiera de estas basuras te ataca, mátalo, hermano. No lo dudes. Sin pensarlo dos veces, mátalo. No esperes a la ambulancia. Eso sólo te va a traer problemas. La prensa va a sacar de repente que era un menor de edad, primer lugar, buen hijo y quién sabe qué más. Pero era un pandillero, y lo que quería era matarte.

- ...

- Te deseo lo mejor, loco. Cuídate mucho.

- Tú también, hombre. Que tengas mucha suerte.

El ex-policía extiende la mano, se la estrecho. Lo veo a la cara una vez más antes de bajar. La station wagon blanca parte mientras abro la puerta de mi casa, la veo doblar la esquina.

Entro a casa, mi mamá está despierta.

- ¿Cómo te fue? -me pregunta.

- Ah, bien, bien.

- ¿Por qué te quedaste tanto tiempo en el taxi afuera de la casa?

- Siéntate. Tengo una historia interesante que contarte.

viernes, 1 de enero de 2010

Los libros del 2009

Amo leer. Alguna vez, en una conversación de madrugada acerca de mi insomnio crónico, me preguntaron qué hacía durante todas esas horas de vigilia. Dije que el insomnio es bastante útil cuando uno se obsesiona y quiere avanzar con el trabajo, pero que, sobre todo, leía. Mi respuesta fue, textualmente: leo de forma compulsiva, con miedo de que no me alcance el tiempo para leer todo lo que quiero leer y de que no llegue a conocer algo que me hubiera gustado haber leído. Así que eso hago, de madrugada y de día, mientras voy de un lado a otro de la ciudad, en las pocas ocasiones en las que no puedo evitar esperar o hacer fila, en la cama, en los aviones, en los aeropuertos, en los cafés y sí, también en el baño.

¿Por qué leo? Por varia razones. Primero, porque me entretiene. Segundo, porque me gusta encontrar en los libros ideas que yo también he tenido, pero que el autor ha encaminado por rumbos distintos, o visto bajo otra luz. Tercero, por las ideas nuevas, las muchísimas que no tuve: encontrar una idea simple y poderosa y sonreír para uno mismo cuando se asimila ese pedazo de conocimiento es una de las mejores sensaciones, creo, que el ser humano puede conocer. Cuarto, leo para conocer las experiencias de otros. Hay muchas cosas que yo probablemente no haré (vamos, no creo que escale el Himalaya, me vuelva un vagabundo en Baghdad, o tenga un romance decimonónico), pero que de otra forma no podría conocer. El cine, para esto, es también útil, pero por su misma naturaleza es limitado para construir la psique de los personajes y a veces para transmitir ideas complejas. Y quinto, por un afán absolutamente personal de recopilación de información. A pesar de lo ingenuo del propósito, quiero hacer todo lo que se pueda hacer en una vida: visitar todos los lugares que pueda visitar, probar todas las comidas y tomar todas las bebidas que pueda probar, ver todas las películas que pueda ver y, claro, leer todo lo que pueda leer. La razón no tiene mucho de místico: simplemente creo que, para poder decir algo verdadero e importante sobre el mundo, es necesaria la experiencia. Toda la experiencia posible. Y yo sí quiero decir algo verdadero e importante sobre el mundo. ¿Qué? Pues no sé, pero ahí vamos.

Volviendo al tema, mi lista de lectura usualmente no es muy ordenada, aunque sí paso por períodos en los que sólo leo ciencia ficción, o sólo cuentos, o me dedico a leer sólo a un autor, o a un pequeño grupo de autores. En ocasiones, como sucedió con The Hitchhiker's Guide to the Galaxy o con Maus, leo todos los libros de una colección de corrido, uno detrás de otro. Pero usualmente mezclo géneros, autores, idiomas y temas. Lo que leo depende de mi estado de ánimo, o de cuánto esfuerzo quiero poner en la lectura o, simplemente, de que a veces tengo ganas de leer un buen cuento de Asimov, una novela de la Lima de Vargas Llosa, o la versión de Alan Moore de los crímenes de Jack El Destripador, en formato de novela gráfica. Me gusta pararme frente a los estantes después de haber acabado un libro y buscar entre las filas cuál será la nueva lectura. La única regla con respecto a qué leer es la siguiente: si el libro fue escrito en castellano o en inglés, se debe leer en ese idioma o no leerlo hasta conseguirlo en su idioma original; si el libro fue escrito en cualquier otro idioma, leer la traducción al castellano, si el idioma original es más cercano a éste, o, de lo contrario, la traducción al inglés.

Fiel a la manía de hacer listas, he querido cerrar este año con la lista de los libros que leí en el 2009 y que más me gustaron. Esto significa que el libro me atrapó y sólo pude soltarlo porque (a) tenía que trabajar, (b) tenía que ducharme o (c) me di cuenta de que faltaban dos horas para que amaneciera y tenía que dormir un poco. La siguiente lista contiene libros y novelas gráficas que me interesaron por sus ideas, por el estilo, por los personajes y, en el caso de las novelas gráficas, hasta por el estilo del dibujo.

Los ochenta y seis libros del 2009 pueden verlos en la columna de los cien últimos leídos y van desde El Reino de Este Mundo, de Carpentier, libro sobre el que escribí una entrada en Enero, hasta Novecento, de Baricco, que terminé hace un par de días. Aquí van, en ningún orden en particular, mis doce libros favoritos del 2009:

1. Borges Oral (Jorge Luis Borges, 1978)

Borges Oral reúne las transcripciones de las cinco conferencias que el autor dio en 1978 en la Universidad de Belgrano, en Buenos Aires, cada una sobre uno de sus temas favoritos: el libro, la inmortalidad, Emanuel Swedenborg, el cuento policial y el tiempo. A la inmortalidad como la entiende Borges le dediqué una entrada y encontré la frase de Leconte de Lisle que guardaré para el momento preciso. La cantidad de conocimiento que el cerebro de Borges guardaba era intimidante. Súmenle a eso una imaginación de primera y una capacidad para describir las ideas más complejas sin complicaciones ("Arribo ahora al inefable centro de mi relato, empieza aquí mi desesperación de escritor..."), dejen al hombre hablar de lo que más le gusta y el resultado es este pequeño libro de sus conferencias. Después de sus cuentos, éste es mi favorito de Borges.

2. El Capitán Alatriste (Arturo y Carlota Pérez-Reverte, 1996)

"No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente". Así comienza el primer libro de las aventuras del Capitán Diego Alatriste y Tenorio en la Europa de fines del siglo XVI y comienzos del XVII. De Arturo Pérez-Reverte había leído ya La Tabla de Flandes y El Club Dumas, pero es en las aventuras del Capitán Alatriste en las que se luce. El estilo es ágil, a pesar del español antiguo de novela de capa y espada, y encaja a la perfección con una trama llena de excelentes escenas de acción. Las descripciones de Madrid de la época, y de personajes famosos como Quevedo, para quien toda excusa era buena para batirse en duelo, y Lope de Vega, le dan el justo contexto histórico a las aventuras. Hasta ahora hay seis libros publicados, y Pérez-Reverte tiene al menos tres más planeados. El primer libro lo leí durante las noches en la escuela del CERN en Medellín, en Marzo, en aquellas dos semanas que pasé confinado en la estancia de las afueras de ciudad. Los libros 2 al 5 ya están esprando en los estantes de mi casa para ser leídos.

3. Maus (Art Spiegelman, 1986 [vol. 1], 1991 [vol. 2])

Novela gráfica autobiográfica en la que el autor describe la compleja relación con su padre, un judío sobreviviente del Holocausto nazi, a través de conversaciones en las que este último describe su vida antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial. En Maus, los nacionalidades están representadas por distintos animales: los judíos son ratones; los alemanes, gatos; los polacos, cerdos; los estadounidenses, perros; los franceses, ranas; etc. Hasta antes de Maus (y de Persepolis, de Marjane Satrapi, que leí casi simultáneamente), mi experiencia con la novela gráfica se había limitado casi exclusivamente al género de acción y superhéroes. Con Maus, Spiegelman muestra el poder de la novela gráfica: al levantar la limitación auto-impuesta de utilizar únicamente palabras para contar historias, las posibles formas de contarlas se multiplican. Aunque, cronológicamente, fue Will Eisner quien se dio cuenta por primera vez de las posibilidades de la novela gráfica, para mí fue Maus, y en menor medida Persepolis, la que tuvo este efecto. Después de Maus, vendría el primer contacto con Eisner (The Contract With God Trilogy), las novelas gráficas autobiográficas como Fun Home, las exploraciones a veces surrealistas de la vida urbana adolescente en Ghost World y Black Hole, y trabajos más experimentales y díficiles de clasificar como Jimmy Corrigan y City of Glass. Pero todo comenzó con Maus. Si alguna vez quieren enterarse qué pasó con los chistes que leían de niños, consigan este libro.

4. Fahrenheit 451 (Ray Bradbury, 1953)

Este libro me impactó de forma especial, tanto que me llevó a escribir una entrada al respecto poco tiempo después de acabarlo. En el mundo de Fahrenheit 451, los libros están prohibidos y escuadrones de bomberos se dedican a quemar aquellos que sobrevivieron a la gran purga. Los libros -razona uno de los personajes principales- no contienen soluciones para el problema de la infelicidad y, mas bien, terminan frustrando al lector que no encuentra en la vida real aquello que encontró en la ficción. La idea de un distopía en la que la libertad de pensamiento, sensación y acción de los ciudadanos está limitada por mecanismos implementados por el gobierno ya la había encontrado antes, notablemente en Brave New World y The Handmaid's Tale. Lo que diferencia a Fahrenheit 451 de otros libros sobre distopías que he leído son dos aspectos: primero, que el recorte de la libertad nace, no como una medida del gobierno para controlar al pueblo y convertirlo en una maquinaria eficiente, sino del pueblo, para evitar su propia infelicidad y, segundo, que termina en una nota optimista. Fahrenheit 451 debería ser lectura esencial para cualquier ser humano.

5. Animal Farm (George Orwell, 1945)

Alegoría de cómo las revoluciones fallan a causa de la corrupción de sus líderes. En una granja, un buen día, los animales, liderados por los cerdos, deciden agruparse y rebelarse contra el granjero, a quien logran expulsar, estableciendo en adelante un socialismo animal. A medida que transcurre la novela, el ideal de igualdad entre los distintos animales, expresado por la máxima "todos los animales son iguales" es progresivamente minado, se establece una economía cada vez más capitalista, los cerdos se erigen a sí mismos como la clase política, con el resto de los animales constituyendo "el pueblo", y se establecen relaciones económicas con los humanos de granjas aledañas, traicionando así el principio original de no interacción con los humanos. Al final, resulta que "todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros". Orwell, un socialista demócrata, escribió Animal Farm después de su participación en la guerra civil española y como crítica a Stalin durante la Segunda Guerra Mundial. Junto con 1984, también de Orwell, Animal Farm es una de las novelas políticas más importantes del siglo XX.

6. Island (Aldous Huxley, 1962)

Durante toda su vida, Huxley escribió sobre cómo el avance de la especie tendía hacia un orden opresor, con libertades y oportunidades limitadas, creatividad casi anulada y donde los individuos viven dentro de la burbuja en la que fueron condicionados a ver el mundo. En Island, su libro final, Huxley da su particular versión de una solución. Me gusta pensar que el libro es un manual de cómo construir un orden social equilibrado, una especie de prototipo, burdo y a veces ingenuo, de cómo todas las ideas acerca de lo que una sociedad debe ser, pueden ser armonizadas y de cómo el resultado puede funcionar. La acción, es cierto, ocurre en una pequeña isla, Pala, aislada de las grandes potencias mundiales, a las que Huxley critica duramente y presenta como sistemas decadentes, pero la posibilidad de adaptar algunas de las políticas de Pala en el mundo real no me parece descabellada. O, al menos, me gusta pensar que no lo es.

7. The Philip K. Dick Reader (Philip K. Dick)

Dick fue uno de los principales escritores de ciencia ficción del siglo XX. A diferencia de Asimov (otro de los escritores de ciencia ficción más importantes del siglo pasado), la de Dick es una ciencia ficción que se encarga menos del avance tecnológico y más de la distinción entre lo real y lo que no lo es (en este sentido, se parece a Borges y a Cortázar). Como resultado, sus novelas y cuentos tienen claros tintes surreales, con finales abiertos y, en ocasiones, con revelaciones sorprendentes. Para esto, su experiencia con el abuso de drogas, a veces alucinógenas, fue muy útil. The Philip K. Dick Reader es una colección de veinticuatro de sus mejores cuentos, incluyendo varios que han sido adaptados al cine, notablemente We Can Remember It For You Wholesale (adaptada al cine como Total Recall, 1990) y The Minority Report (adaptada en el 2002). Dick es lo más cercano que he encontrado a la demencia en papel.


8. Flowers for Algernon (Daniel Keyes, 1966)


Publicada primero como historia corta en 1959, Flowers for Algernon ganó el Premio Hugo, el más importante en ciencia ficción y fantasía, en 1960. La versión novelada, publicada seis años después, ganó el Premio Nebula de ese año. Flowers for Algernon es la historia de Charlie Gordon, un hombre con una deficiencia mental (C.I. de 68) que se somete a un tratamiento quirúrgico para elevar su capacidad intelectual, operación a la que el ratón de laboratorio Algernon fue previamente sometido, con éxito. La novela, escrita en forma de entradas en el diario de Charlie, documenta el progreso tras la operación: a medida que la operación hace efecto, se nota una mejora en la ortografía, un enriquecimiento del vocabulario y, paralelamente, niveles más profundos de reflexión. Cuando el C.I. de Charlie alcanza 185, ya ha aprendido varios idiomas y leído cientos de libros y, como consecuencia, se ha dado cuenta de lo limitado del conocimiento humano y de la incapacidad de los expertos de conectar áreas del conocimiento que son disconexas únicamente en apariencia. Sin embargo, a pesar de su gran crecimiento intelectual, la experiencia emocional de Charlie sigue siendo la del ser infantil que era al inicio. Flowers for Algernon es una novela sobre el autoconocimiento, sobre la emoción de la búsqueda del conocimiento, la libertad que ésta trae y la soledad que implica y, hasta cierto punto, sobre la capacidad del afecto para redimir.

9. Death of a Salesman (Arthur Miller, 1949)

Una de las obras de teatro más intensas que he leído. La historia del final de la decadencia de Willy Loman, vendedor de 63 años, es épica. Loman se niega a aceptar la realidad: que está muy viejo para continuar trabajando como vendedor, que sus hijos no son los hombres que él cree, que, en fin, es suficiente el carisma de una persona para que tenga éxito en la vida. La caída de Loman simboliza la caída del sueño americano. No la he visto puesta en escena, pero hay por lo menos siete adaptaciones al cine. La de 1985, con Dustin Hoffman en el papel de Willy Loman y John Malkovich en el de uno de sus hijos, Bill Loman, es aparentemente la más fiel a la obra de teatro.


10. The Character of Physical Law (Richard Feynman, 1964)


Feynman dijo alguna vez: "Physics is like sex: sure, it may give some practical results, but that's not why we do it". Miembro del Proyecto Manhattan, Ganador del Premio Nobel en Física en 1965, desarrollador del lenguaje actual de la teoría cuántica de campos y percusionista de bongo, el personaje de Feynman es uno de los más populares entre los físicos. Su capacidad para entender y explicar utilizando lenguaje simple es legendaria. The Character of Physical Law es la transcripción de las siete conferencias que Feynman dio en 1964 como parte de las Messenger Lectures en Cornell.

El mismo Feynman explica el tema de sus conferencias de la manera más clara:

"There is also a rhythm and a pattern between the phenomena of nature which is not apparent to the eye, but only to the eye of analysis; and it is these rhythms and patterns which we call Physical Laws. What I want to discuss in this series of lectures is the general characteristic of these Physical Laws; that is another level, if you will, of higher generality over the laws themselves. Really what I am considering is nature as seen as a result of detailed analysis, but mainly I wish to speak about ony the most overall general qualities of nature."

11. The Martian Chronicles (Ray Bradbury, 1950)

La historia de la conquista de Marte, como la imaginó Bradbury. Ambientada originalmente entre 1999 y 2057 (la reedición de 1997 avanzó todas las fechas en 31 años), las historias cortas que componen este libro narran desde los primeros y fallidos intentos de los humanos por establecerse en Marte, su encuentro con la raza de marcianos nativos que los toman por dementes hasta el eventual establecimiento de las primeras colonias humanas, todo enmarcado dentro de una civilización terrestre decadente, que ve en Marte la oportunidad de un nuevo comienzo. Las historias revelan más acerca de la condición humana que lo que uno esperaría de un libro de ciencia ficción, y su final espeluznante pero esperanzador es tan relevante hoy como lo fue cuando se publicó la novela hace casi sesenta años.


12. Understanding Comics: The Invisible Art (Scott McCloud, 1993)


Un comic sobre comics. Un análisis del género, con explicaciones de por qué el lector se identifica con las representaciones simplificadas de los personajes de un comic, cómo se controla la percepción del tiempo usando las viñetas, cuáles son los diferentes tipos de secuencia que se pueden construir usándolas, las diferencias entre el comic estadounidense, europeo y japonés, la elección del nivel de simbología utilizado y varios otros temas. Excelente lectura para cualquier persona interesada seriamente en el género del comic, o "arte secuencial", como lo llamó el maestro Will Eisner. Understanding Comics ha sido uno de los libros de no-ficción más agradablemente sorprendentes del año.







Hubieron varios libros más en el 2009 que me gustaron. Catch-22 me pareció hilarante y profundo; A Clockwork Orange, extrañamente clara; Crash, inquietantemente desagradable (o desagradablemente inquietante); His Master's Voice, la contraparte perfecta del Contact de Sagan. Una mención muy especial se la lleva la colección de comics de The Sandman, de Neil Gaiman; el personaje de Dream of the Endless es uno que se queda en el subconsciente aún después de cerrar el libro.

La pregunta, estimados, si han llegado hasta el final de este post, es: ¿qué novela, cuento, ensayo, novela gráfica, colección de poemas, obra de teatro o artículo periodístico que hayan leído en el 2009 recuerdan especialmente? (Y si fue antes, pero igual lo recuerdan, vale también.)